54 Muestra Internacional de Cine en Xalapa
Por Juan José González Mejía
Como
ya es costumbre, la Muestra Internacional de Cine en cada nueva edición abre
con un filme de catadura “clásico”: Macario/
1959, lo que sirve a las nuevas generaciones de cinéfilos conocer el trabajo de
los que antecedieron a los cineastas contemporáneos para nutrirse,
estéticamente, de dichas propuestas para hacer una obra personal, propia.
Además,
es un buen pretexto para ver películas que hemos refriteado en DVD o en la red
pero nunca en pantalla grande. De hecho, es un acto de exorcismo fílmico
disfrutar, en cuadro grande, al gran Ignacio López Tarso o a la perenne Pina
Pellicer.
Macario, al igual que La barraca/ 1944, son dos ínfulas proto
estéticas de Roberto Gavaldón cuya fama de ogro como director fue inherente con
el rigor académico de buena parte de su obra.
Si
a fuerza de etiquetar el estilo de Gavaldón se trata, cabría el de provocador
atmosférico. Me explico. En La otra/ 1946, Rosauro Castro/ 1950 La
noche avanza/ 1951, El rebozo de soledad/ 1952 y aun Días de
otoño/ 1962, Gavaldón (tildado de frío, distante y sin escudriñamiento
sicológico en sus personajes) establece una ecuación de formalismo con el
encuadre, la linealidad narrativa y la contemplación explícita del paisaje con
un tono, si se me permite, de preciosismo (en especial en los filmes
fotografiado por Gabriel Figueroa) para instaurar una atmósfera visual
singular, no advertida en otro director de la época.
Macario es cine mexicano por los cuatro costados, y es fábula (de los hermanos
Grimm y Traven), Goya estilizado en la mirada de Figueroa, aporte notable en la
estructura del guión del veracruzano Emilio Carballido y metáfora de las
realidades sociales de nuestro país (con una vigencia notable ahora que se
habla de una campaña contra el hambre), pese a que la trama está ubicada en el
México virreinal.
Macario/
López Tarso sólo desea comerse él solo un guajolote, pero la runfla de hijos no
se lo permite. Su mujer/ Pellicer roba un plumífero de la casa de donde lava
ropa y se lo cocina a Macario para que se vaya al bosque y sacie su atrasada
hambre.
El
desfile mitológico de Dios, la muerte y el diablo sueltan la ringlera
metafísica de la cinta que, empero, Gavaldón, logra sortear aceptablemente (con
las consabidas edulcoraciones de nuestro inmanente “cine nacional”).
También
es chance de volver a apreciar a uno de los actores más efectivos del cine
mexicano y que yace injustamente en las aguas del olvido: Enrique Lucero en el
rol de la muerte (a la Indio Fernández pero sin los excesos manieristas del
autor de María Candelaria).
Postulada
al Óscar por Mejor Película Extranjera en 1960, Macarioes forma (o
debería formar) parte del patrimonio cultural de este país. Su paso constante
por la tv, sobre todo en días de Muertos, la han convertido en una de las
preferidas del público de todas las edades…
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