54 Muestra Internacional de Cine en Xalapa
Por Juan José González Mejía
Si en El bonaerense/
2002 Pablo Trapero estaba ya arriba del vehículo del cine de compromiso social
con los tufo de los mohines morales de la Argentina contemporánea, a través del
son que mejor sabe tocar: el thriller, en Elefante blanco/ 2012
sorprende con una maestría en el manejo del plano secuencia coreografiado al
servicio de un guión que capotea subtramas espinosas (marginación, crimen
organizado, guerrillas) con una historia dramática amasada bajo una mirada
reposada y efectivamente deshilada por el colmillo del Bichir pampero, Ricardo
Darín, en el rol de un cura cuya misión se ancla en una villa paupérrima (en
las ruinas del que iba a ser el nosocomio más grande de América Latina en los
años cincuentas y que ahora es–literalmente- un “elefante blanco”.)
La película realmente
empieza en el minuto 14, cuando es presentada la pepita del asunto: la misión
de los curas católicos Julián/ Darín y Nicolás/ Jérémie Renier y la asistente
social Juliana/ Martina Gusmán (esposa en la vida real del director Trapero),
ayudando a los habitantes de Villa Lugano, en Buenos Aires, para tengan mejores
condiciones de vida.
Trapero da la impresión que
contiene su relato fílmico para no astillarlo en los lugares comunes de la
deconstrucción, de allí que los bocetos cuasi informativos del padre Nicolás,
prácticamente rescatado por Julián de la amazonia peruana para su propósito de
apostolado social, sean prescindibles.
A diferencia del Fernando
Meirelles de Ciudad de Dios/ 2002 o El Jardinero fiel/ 2005 (o
incluso, Víctor Gaviria/ La vendedora de rosas/ 1997), cuyos ejes
visuales son el vértigo y la paranoia estética, Trapero opta por una gramática
si se quiere más sobria, lo que le permite lanzar con precisión sus dardos de
denuncia mediante personajes que, a la manera de La Corte de los Milagros (la
narrada por Victor Hugo en Nuestra señora de París), sucumben ante los
modernos fenómenos de la globalización: la pobreza extrema a unos pasos de
zonas residenciales y modernos centros comerciales, narcotráfico y corruptelas
de autoridades oficiales y eclesiásticas.
La mirada de Trapero aunque
intenta acogerse a una densidad o redondez sicológica de sus personajes
sacerdotes (uno de ellos con una enfermedad grave), se desdibuja ante la
inmensa realidad que narra con buen tino en el manejo de extras del barrio y la
certera y a la vez extraña fotografía intimista de su colaborador fetiche
Guillermo Nieto, cuyos movimientos de cámara mimetizan con el travelling en
riel y cámara en mano…
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