El hombre de al lado, de Mariano Cohn y Gastón Duprat

Por Juan José González Mejía
53 Muestra Internacional de cine en Xalapa

Fernando Pessoa dice en un verso: “Somos extranjeros doquiera que estemos/ somos extranjeros doqueira que moremos,” en ese tenor es multidireccional la idea central de El hombre de al lado/ Argentina- 2009, de la dupla Mariano Cohn y Gastón Duprat: un tipo que abre una ventana en el muro de la casa del vecino para que le llegue “un poquito de luz que a vos te sobra y no la usás”.

Desde la interpretación social, ideológica y cultural el filme se abre a lecturas válidas cuando nos vamos enterando de las vidas del diseñador bien y maestro universitario Leonardo (Rafael Spregelburd), quien habita una jactanciosa mansión construida por el célebre arquitecto suizo Le Corbusier, y de Víctor (Daniel Aráoz), vendedor de coches usados y cuyo talante tosco es inversamente proporcional a su actuar: se cree un Juan Camaney ante las mujeres, pese a ser madurón y calvo.

Con encuadres plagados de primeros planos parciales y, en especial, ligeramente temblorosos, los directores narran una historia que estalla efectivamente entre la comedia cáustica, el develamiento de las clases sociales y la manera de percibir el mundo, aunado a una inquietante reminiscencia de Teorema/ 1968, de Pasolini: la irrupción del extraño en un mundo apacible, burgués.

Desde los encuentros de Leonardo y Víctor, a través de las ventanas, y en la propia casa del primero, el desfase cultural y de vida se apreciará. Los vecinos no se eligen, reza el cartel argentino del filme. Verdad buena. Y para ello el lastre de la convivencia irá adquiriendo matices tensos, ambiguos donde la privacidad es vista como una reliquia ante la aparición de una modernidad agobiante de ismos, sí, pero proveedora (paradójicamente) de comodidades y accesos a otros niveles de convivencia.


Desde la ironía de Víctor que sólo quiere hacer una ventana como “un ojo de buey como los barcos,” pasando por la disfuncionalmente snob familia de Leonardo (su esposa e hija), el filme planta pequeñas minas subjetivas que quizás se detonen en la autoconfesión de fragilidad emocional y displicencia ante la irremediable interacción social donde el punto de vista personal (buena decisión la de no usar contraplanos) pareciera la dictadura de la modernidad. 

Lo que Mariano Cohn y Gastón Duprat levantan entre Víctor y Leonardo es un muro de Berlín moral donde la ubicación próxima (vivo “en la calle 54, número 324, puerta al fondo”, dice Víctor) está marcada por cosmovisiones distantes, de allí que funcione bien la fotografía en digital (premio en Sundance 2010) de los propios Cohn y Duprat para capturar un hálito de verismo en una relación entre vecinos que deja la sensación que una pared puede ser metáfora de una frontera incluso entre países. Si no, hay que echarle una ojeada a la situación mundial actual...

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