El cine de arte llega, a veces, de manera anacrónica a los
espectadores que podrían disfrutarlo de manera amateur. Las películas que han
marcado generaciones, son y serán, las piezas que se inmortalizan como un punto
de partida. La selección de autores como Felinni, Copola, Scorsese, se vuelven
una guía que nos permite un seguimiento para generar juicios actuales sobre las
nuevas tendencias del cine cargado de elementos meramente artísticos.
De manera anacrónica, vi We need to talk about
Kevin (2011), una
película de Lynne Ramsay que maneja la historia de un joven homicida aparentemente
trastornado que sufre una clase de simbiosis con su madre pero todo desde una
perspectiva que se contrapuntea entre la visión opuesta entre padre y madre. Un
filme de suspenso y drama basada en la novela de Lionel Shriver que toma
importancia por su construcción cinematográfica.
Eva Khatchadourian,
la madre de Kevin es interpretada por Tilda Swinton. Habrá que decir que a esta
actriz se le conoce bien por interpretar papeles que profundicen en la
psicología de sus personajes, quizás, El Ladrón de las Orquídeas (2002) especifique
de lo que hablo. Eva podría ser realmente el personaje principal de la cinta
pero se ve desplazada por el atiborramiento de conductas impresionantes por
parte de Kevin.
Sería
atrevido definir el sentido cognitivo que representa la voluntad de Eva desde
la primera escena, donde por ninguna razón aparente, se ve llevada por el azar
entre los brazos de la multitud dentro de una tomatina. Mostrando la
tranquilidad, libertad y soledad que su cuerpo expresa. Aunque por otra parte, el
tomate y el color rojo en general, es un leifmotive que nos puede estar
aclarando la violencia y el drama al que quiere trascender nuestra película. Como
en alguna otra película que busca dejar en claro la creatividad de los
artistas, escritores y guionistas, Eva además de ser madre también es
escritora.
La veremos confundiéndonos
entre un pasado y un presente, dando pautas y demostrando su sensibilidad para
con Kevin y el trabajo constante para mantener su relación con Franklin (John
C. Reilly), su marido.
Desde el principio,
como de manera genética, Kevin delimita un rechazo y apatía con su madre. Se
halla inmerso un discurso sobre la coexistencia, el amor y la costumbre. En el
que se pierde a veces la idea de distinguir su peso ante los sentimientos.
La historia
se vuelve lineal y necesariamente se quiebra para construir el móvil del
homicida, Kevin (Ezra Miller). Que a su vez, va repasando diferentes etapas
retándose a sí mismo y a su inteligencia con capacidad de persuasión.
El propósito
de una película de esta talla, que engloba esencias fuertes para la cosmovisión
de un asesino, pero además para la visión de la madre de éste y las
consecuencias para su vida futura cargando la ausencia de la normalidad, es logrado
desde que podemos recorrer los diferentes momentos dando juicio propio hacia si
es justo o no lo que vemos.
Aunque desde
el principio sepamos que la línea de la película es desarrollar paulativamente
la morfología de una relación entre madre e hijo. Se vuelve especial por la
reflexión que hace la actuación, fotografía y el argumento en conjunto, es
decir, se logra perfectamente la creación de marcos que sirven como parámetro
para valorar este rodaje. Una pieza que vale la pena llamar cine de arte.
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